lunes, 20 de enero de 2014

El arte urbano expuesto en galerías y museos ¿una contradicción?

En 1977, Jean Larcher, tras un viaje a los Estados Unidos donde quedó impactado por la efervescencia del arte urbano,  publica un artículo en el que una frase resalta, pues contiene la esencia misma de este tipo de manifestación artística: "[es una manera de] dejar el arte, y la pintura en particular, con el rostro descubierto, [de] democratizar de alguna manera "la cosa a ver", en un lugar público, allí donde el museo tradicional y la galería no podrán ser un obstáculo para el público no especializado [...]". Sin embargo, desde 1975 -casi al día siguiente del "nacimiento" de esta manifestación artística-, este comienza a ser expuesto en galerías y museos, debutando con la exposición "United Graffiti Artist", realizada en el Artist Space de New York. 

Así, desde hace varios años, el arte urbano ha conocido un reconocimiento por varias instituciones oficiales. No obstante, a pesar de esta situación que nosotros podríamos considerar positiva, el hecho de ser expuesto en galerías de arte y museos sigue incomodando a diferentes públicos, generando, además, una división en el seno mismo de la comunidad de artistas urbanos ya que, este hecho, cuestiona el corazón mismo del arte urbano, es decir, el hecho de ser un arte hecho en la calle y para un gran público. Entonces, la pregunta que surge es si es posible considerar el street art expuesto dentro del circuito oficial del arte, como tal. O, dicho de otro modo, el street art expuesto en museos y galerías ¿no constituye una desnaturalización del mismo?

A fines de los años 60, en los barrios más olvidados económica y socialmente de los Estados Unidos -particularmente en la periferia de New York-, un grupo de jóvenes comienza a taguear sus nombres y/o seudónimos sobre los muros de la ciudad, así como sobre los vagones de los trenes. Era una manera de hacerse visibles frente a una sociedad que los excluía. No obstante, los tags no son una invención reciente. De hecho podemos encontrar vestigios de ellos desde la Antigüedad y el Medioevo, como ya lo ha explicado Pierre Olivier Dittmar en su obra colectiva "Imagen y transgresión en el Medioevo" (2008). El tag sirvió, pues, para transmitir sus más diversos reclamos, como también una identidad, no solo individual, sino colectiva o comunitaria. Pero si esta práctica la podemos rastrear desde  hace varios siglos, la denominación street art es, por el contrario, una invención de hace poco más de una veintena de años. Surgida en los años 90, es considerada por algunos historiadores de arte como una manera de "oficializar" el arte urbano e, incluso, de "disimular" sus orígenes marginales. De hecho, algunos hablan de un "post graffitti" para diferenciar el producido y/o presentado en galerías y museos, del hecho en las calles. Otros, por su parte, emplean esa denominación para agrupar las diferentes y variadas técnicas que seguido al inicial graffitti, tales como el pochoir, el sticker y el afiche.




Pero, incluso si hoy no resulta extraño ver integrado el street art en el panorama visual de la ciudad –es el caso del artista Invader cuyo arte se encuentra en los muros de París, incluidos los de los barrios más burgueses y de sus galerías-, el hecho de su incorporación en el circuito museístico sigue siendo contradicho por los más ortodoxos.

Hay que recordar que luego del reconocimiento de la obra de Jean-Michel Basquiat, los museos buscan organizar grandes exposiciones consagradas a este tipo de manifestación artística. De hecho, entre julio de 2009 y enero de 2010, la Fondation Cartier pour l´art contemporain (París), presentó la exposición “Nacido en la calle- Graffitti”; mientras que, en Estados Unidos, el MOCA (Museum of Contemporany Art de Los Ángeles), exhibía, en el 2011, la exposición “Arts in the Streets”, consirada la primera mayor retrospectiva sobre el arte urbano, realizada en este país. Sin ir muy lejos, en nuestro país, en Lima, el año 2013 transcurre con dos importantes festivales internacionales como “Latidoamericano” y “Nosotras estamos en la calle”, así como con muestras en galerías del circuito.


No obstante todo este reconocimiento como manifestación artística, algunos artistas -como también una parte del público general-, rechazan su entrada en el museo. De hecho, muchas personas rechazan categorizarlo como “arte”, considerándolo más bien como un tipo de delito a castigar, pues se centran en su posibilidad –real- de vandalización de la propiedad privada. De otra parte, se piensa que presentarlo en museos va contra la misma “seriedad” y formalidad de esta institución. Este es el caso de la visión tradicional del museo, como un lugar de exposición de un solo tipo de belleza (la académica) y no como un espacio de diálogo, donde los problemas y manifestaciones actuales deben tener ser  también oídos. De hecho, cuando se llevó a cabo la exposición en el MOCA, muchos artistas y personas se sintieron “respaldados” para realizar estas manifestaciones fuera de los muros del museo. Esto llevó a alzar la voz de protesta de miembros de la policía local, quienes acusaron al museo de ser responsable de despertar actitudes vandálicas.

Los artistas vinculados al street art no siempre coinciden en la pertinencia de su exposición en museos. De una parte porque, como lo explicó Larcher, una de sus primeras funciones es “permitir ver arte, gratuitamente, a toda hora del día y del año, a un gran número de personas”. O, como lo dijo algún artista, crear en los muros una suerte de “museo para la gente pobre”. Entonces, el hecho de exponerlo en una institución formal, implica controvertir la naturaleza del street art  y convertirlo en un arte elitista. De otra parte, una de las particularidades más saltantes del street art es que conlleva la transgresión, cosa que se observa en la elección de los sitios de realización, de su lenguaje, de su paleta cromática, de su manera de realización e, incluso, de su vida efímera, posibilidades que serían eliminadas en el museo. No olvidemos que desde su etimología (sgraffite), el arte urbano conlleva la idea de una agresividad que debe ser traducida como confrontación con el sistema. No obstante, aquellos que ven herida la naturaleza del street art por este hecho, olvidan que el hecho de presentarlo en galerías  y  museos puede ser muy positivo, pues puede ayudar a desacralizar la institución museal, hasta ahora considerada por muchos, como un templo infranqueable.

Fuera de esa posición contraria, un gran número de artistas urbanos han evolucionado hacia una feliz –y provechosa- aceptación de su inclusión no solo en los museos, sino en el mundo del diseño. Por ejemplo, en el caso de la exposición en el MOCA, se presentaron obras de Miss Van [http://www.missvan.com/]. Esta artista francesa ha prestado su arte para la realización de prendas de vestir. Igualmente, en Colombia, la empresa “Vertigo graffitti” trabaja con artistas urbanos para la realización de publicidad para grandes marcas comerciales; y, en Perú, Elliot Túpac presenta sus trabajos en galerías, museos y en la industria de la moda. 
MAC Lima, Foto C.V.P. 2013.

Los museos de arte contemporáneo han sido los primeros en reconocer la dimensión artística de este tipo de producción y han buscado ponerla en valor, exponiéndola en sus salas. Muchas veces, las instituciones se han esforzado, incluso, en reconstruir el espíritu de las calles, con una expografía que simulaba los muros urbanos, para así facilitar la comprensión de este fenómeno cultural, como en el caso de la exposición de la Fondation Cartier, anteriormente evocada. Presentaciones de skaters fueron previstas en el caso de la exposición en el MOCA, buscando inscribir el street art dentro de la cultura del hip hop. Por su parte, la Tate Gallery de Londres, en el 2008 realizó la exposición abarcando muros de edificios,actuando de esta manera, como una suerte de antimuseo. No obstante, la duda que surge para los más comprometidos es si esta suerte de recreación del espacio real donde se produce el arte urbano, no constituye sino una imitación, incluso un pastiche, de este tipo de arte. O, dicho de otra forma, ¿los trabajos de arte urbano presentados en estas exposiciones, no serían más bien trabajos hechos “en el estilo del arte urbano” y no realmente street art?

A manera de conclusión, podemos decir que desde su nacimiento, el street art ha generado diferentes polémicas. Algunos no le atribuyen un status artístico, ya que se opone a la lógica de lo académico. Al contrario, otros defienden su categorización como arte, pero no su entrada en los museos ni en las galerías, pues piensan que esto constituye una suerte de desnaturalización. Como vemos, diferentes opiniones se vierten y estas están influenciadas por la visión que cada persona tenga del arte, del museo y por supuesto, del street art. Contestar la naturaleza artística de un arte que rompe paradigmas no ocurre, de todos modos y por primera vez, con el street art. Recordemos que los impresionistas debieron exponer en un marco paralelo al oficial y esperar su incorporación en esa suerte de “templos”, que eran los museos. Como decía Focillon (1921), los museos deben “correr riesgos en sus compras [para ampliar sus colecciones]” y, evidentemente en la elección de sus exposiciones, pues ello puede ayudar a reconciliar a los diferentes actores –visitantes y artísticas- con el arte “cotidiano”  de su tiempo. Es allí donde todos los útiles que la mediación cultural ofrece son sumamente importantes.

Podemos decir que el mismo hecho de presentarlo en museos, sigue el espíritu transgresor del arte urbano, pues lleva a controvertir algunos conceptos tenidos por el público más tradicional. No obstante, pensamos que, la transgresión hoy en día, no tiene que ir de la mano de la vandalización de monumentos ni de la propiedad privada. Un clima de tolerancia y respeto mutuo, se exige.

                                                                       



No hay comentarios.:

Publicar un comentario