Nueve
grados de temperatura no podían impedirme cumplir con la visita apropiada para
el día de ayer: ir al cementerio Père-Lachaise. En realidad, no creo que exista
un único día para ir a este maravilloso cementerio patrimonial, sin embargo, el
clima melancólico de la mañana, así como el que fuera primero de noviembre,
día de todos los santos, me convencieron de salir a conocerlo. De paso, siempre es bueno recordar a los que ya no están y recordar lo frágiles que somos, lo efímero de nuestras vidas, a pesar de que siempre estamos luchando por hacer de ellas, un viaje interminable y emocionante.
No pretendo hacer de este post, una exposición sobre la historia del campo santo más famoso de París, para eso, hay muchos datos en el internet y en los libros. Hoy en día, es el cementerio intramuros más grande la ciudad y donde están las tumbas de muchas personas famosas como Edith Piaf, el genial Modigliani (ambos con tumbas modestas y sobrias), o aquella de Oscar Wilde. No está de más decir que también es el lugar que alberga los restos del pintor piurano Ignacio Merino, aunque en este post, lamento decirles, que no pude ubicar aún su tumba. Lo cierto es que esta verdadera ciudad de muertos amerita interminables visitas.
Pero también, el Père Lachaise es un lugar para reflexionar, acercarse a la historia contemporánea de Europa y, porqué no, conmoverse. Aquí, una serie de monumentos conmemorativos a los combatientes y a las personas fallecidas en los campos de concentración del régimen nazi, nos interpelan a pensar sobre la necesidad de la tolerancia cultural para la cohabitación pacífica.
Pero también, este cementerio es un lugar de arte, donde podremos encontrar desde tumbas de reminiscencia egipcia, pasando por las neoclásicas, las art nouveau hasta aquellas que presentan un estilo más inscrito en el arte contemporáneo. Un verdadero museo al aire libre donde el arte funerario se exhibe como en una gliptoteca interminable, donde los héroes, ángeles, personajes salidos de una fotografía como si estuvieran en una escena cotidiana, dolientes, hasta pietá, se suceden.
Sin embargo, dos reflexiones -si se quieren, patrimoniales-, con relación a la preservación de estas obras, surgen inevitablemente de una visita:
Para una próxima entrada, les hablaré del columbarium y de las muchas placas recordatorias, emplazadas como una enorme biblioteca, como me dijo una amiga, de personas célebres que se encuentran en dicho lugar, entre ellas, la genial María Callas.
Así, en un día lluvioso, recorrí el Père-Lachaise. No solo fue un momento para apreciar arte y recordar a personajes de los que hemos leído o escuchado; sino también para elevar una pequeña plegaria por los que no están más, sobre todo por los seres queridos que, sin embargo, siempre están conmigo.
Nada fue mejor, al final del recorrido, para calentar un poco el alma y recobrar ánimos, que un café vienois en el Café de Deux Moulins (el de Amélie). Espero que disfruten del post.
excelente reflexión
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